LA PRINCESA QUE QUERÍA TENER PIOJOS

 
LA PRINCESA QUE QUERÍA TENER PIOJOS

    Existía una princesita muy desgraciada porque siempre estaba sola y no tenía con quien jugar. Su condición de princesa no le permitía jugar con los niños del pueblo y pasaba el tiempo suspirando, aburrida y triste en el jardín. Pero un día oyó a unos niños charlar detrás de la tapia y, antes de que sus doncellas se lo impidieran, salió a jugar con ellos.

    Cuando las damas la descubrieron en la calle, se la llevaron de inmediato escandalizadas porque su princesita delicada se hubiera estado codeando con niños vulgares, así que nada más entrar en palacio la desnudaron y quemaron sus ropas mientras a ella la bañaban y perfumaban. Pero, ¡ay!, la princesita había cogido piojos de aquellos chiquillos sucios, así que enseguida empezaron una lucha a base de lociones, ungüentos y venenos.


    La princesita, que nunca había visto un piojo, se puso a llorar pensando que le estaban quitando el único regalo que le habían hecho aquellos niños. Tanto lloró y pataleó que su padre el rey mandó fabricar un piojo de oro para que la pequeña se calmase. Pero la princesa nunca quiso aquel piojo de mentiras: ¡quería uno capaz de andar, y de saltar, y de morder!

    El rey, conmovido, mandaba a fabricar uno tras otro, cien piojos de oro con mecanismos cada vez más complejos y en cada ocasión la princesa los arrojaba a puñados por la ventana del castillo. 

    ¿Y qué ocurrió? Que los niños pobres recogieron aquel tesoro y ya no pasaron más necesidad. Los pequeños, limpios y felices, consiguieron deshacerse de los incómodos piojos mientras la princesa seguía suspirando por ellos.



Cuento popular suizo.

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