DIAMANTINA

 DIAMANTINA

    Había una vez una mujer cuyo único deseo era tener un hijo, así que pidió ayuda a una hechicera. Ésta le dio una semilla de cebada y la mujer la plantó y la cuidó con amor. Al cabo de unas semanas, creció una preciosa flor con los pétalos aún cerrados que, al abrirse, dejaron ver a una niña preciosa y diminuta. La niña era tan pequeña como el diamante de una sortija, y por eso la llamaron Diamantina. 

    La niña vivía feliz con su madre, pero, desgraciadamente, un malvado sapo ambicionaba su belleza para casarla con su hijo y una noche la raptó y la dejó en mitad del estanque, sobre una hoja, para que no se escapara. Afortunadamente para Diamantina, unos peces se apiadaron de ella y la empujaron hasta la orilla. 

    Ahora Diamantina estaba perdida y sola en el jardín, hasta que apareció un abejorro que, impresionado por su belleza, se la llevó y se la presentó al resto del enjambre con orgullo. Pero los gustos de los insectos no son como los de los humanos y, por eso, todos los abejorros empezaron a burlarse de ella, diciendo lo fea que era, hasta que el abejorro que la había encontrado, muerto de vergüenza, la abandonó. Otra vez Diamantina estaba sola y corría peligro de morir de frío, pero un amable ratón de campo la acogió en su madriguera. 

    Todo iba bien hasta que un topo, amigo del ratón, vio a Damantina y se enamoró de ella, pretendiendo hacerla su esposa en cuanto llegara la primavera. La niña no sabía cómo salir de aquel embrollo sin parecer desagradecida, cuando se encontró con una golondrina que, piadosa, se la llevó volando a un extraño país donde todos los habitantes eran tan pequeños como ella y donde encontró a un diminuto joven que era mucho mejor marido que un sapo, un abejorro o un topo.

Andrew Lang.

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