EL CALIFA CIGÜEÑA

 

 EL CALIFA CIGÜEÑA 

    Érase una vez un país de Oriente Medio, cuyo califa era un joven muy apuesto llamado Omar. Omar era un califa bueno y justo al que todos sus súbditos adoraban. Todo lo que sabía lo había aprendido del gran visir, un anciano sabio y bondadoso que había criado a Omar desde su infancia. Los consejos del gran visir eran de gran ayuda para el joven califa a la hora de gobernar el vasto territorio que todo su califato abarcaba.

    Sin embargo, el joven califa tenía un poderoso enemigo, el mago Rashid, cuya máxima ambición era apoderarse del trono para entregárselo a su hijo Ismail.

   Una hermosa tarde de verano, Rashid, disfrazado de mercader, entró en el palacio de Omar y le ofreció una hermosa colección de objetos antiguos. Uno de ellos captó la atención del joven, un cofre muy especial que destacaba entre los demás objetos.

    - ¿Qué contiene este cofre, mercader? -preguntó Omar.

    - Hierbas, Excelencia -contestó Rashid-, pero no sé para qué sirven. El pergamino que las acompaña está escrito en una lengua antigua que yo no sé descifrar. Si vuestra Excelencia lo desea, yo...

    - Yo puedo intentar traducir esa lengua antigua - dijo Omar interrumpiéndole- Mi consejero, el gran visir, tiene una excelente biblioteca. La consultaré.

    - En ese caso, Excelencia, el cofre es vuestro -respondió Rashid.

    Inmediatamente, nuestro joven califa ordenó que todos los sabios de la corte intentaran descifrar el mensaje que contenía el pergamino.

    A los pocos días habían cumplido con su tarea y el pergamino decía:

<< Al oler las hierbas mágicas del cofre y pronunciar la palabra RASMUBARÁN los hombres nobles lograrán convertirse en aquel animal que más desearán. Cuando quieran recuperar su forma humana, mirando hacia oriente, RASMUBARÁN dirán.>>

    Después de leer el pergamino, Omar sintió un enorme deseo de probar la fórmula mágica.

    - ¡Qué interesante poder ser animal durante un tiempo! ¿Qué deben sentir? Pero ¿qué pensará el gran visir de todo esto? Se lo preguntaré.

    Y fue en busca del consejo del sabio.

    - Si deseáis comprobar lo que ocurre con estas extrañas hierbas, hacedlo. No veo ningún mal en ello. Yo estaré a vuestro lado, Omar, sólo como precaución -dijo el anciano.

    Así, al atardecer, ambos se encontraron.

    - ¿En qué desearíais convertiros, mi joven señor? -preguntó el gran visir.

    - ¿Qué os parece en cigüeña? -dijo Omar al ver un par de majestuosas cigüeñas surcar el cielo.

    - Así sea, pues -contestó el gran visir.

  Ambos aspiraron las hierbas del cofre al tiempo que pronunciaban la palabra mágica: RASMUBARÁN...

   De pronto, empezaron a notar cómo sus piernas se tornaban largas y finas y sus brazos se convertían en hermosas alas. En pocos instantes, se habían transformado en cigüeñas.

    - ¡Es extraordinario! ¡Puedo volar! -exclamó Omar.

    - ¡Dios mío! ¡Es increíble, mi joven señor! -dijo el anciano asombrado por su nueva habilidad.

    Emprendieron el vuelo y se mezclaron con las cigüeñas que sobrevolaban en aquel momento el palacio. Ambos quedaron maravillados al contemplar el paisaje desde lo alto, una visión fantástica e inédita para ellos. Soplaba una brisa cálida y las nubes parecían de algodón. Omar y el gran visir se divertían mucho observando las costumbres de sus provisionales congéneres. Se integraron tanto que hasta participaron en los vuelos amistosos y danzas aéreas entre las nubes. Y habiendo disfrutado como nunca del día, les llegó el atardecer. Era el momento de pensar en recuperar su estado normal.

    Pero el mago Rashid había roto un pedazo del pergamino en el que advertía:

    Mientras esté bajo los efectos del encantamiento, el que se ría se olvidará de la palabra mágica y nunca jamás recuperará su forma humana.

    - ¡Cómo estamos disfrutando! ¡Todo es tan bonito visto desde arriba! ¡Nunca olvidaremos esta experiencia! -exclamó el joven califa.

    - En efecto, mi joven señor. Pero, ¿no creéis que tendríamos que recuperar nuestras formas humanas? Debéis volver a vuestras obligaciones de califa.

    - Tienes razón, gran visir. Debo proteger mi país -dijo Omar.

    En ese momento el hombre sabio gritó:

    - ¡Oh no! ¡No puede ser!

    - ¡Gran visir! ¡No puedo acordarme de la palabra mágica! -exclamó Omar.

    - ¡Yo tampoco! -exclamó el gran visir.

   - ¿Qué ocurre? ¿Por qué no puedo recordarla? -preguntó Omar. 

    - ¡Creo que el mercader nos ha engañado! -gritó el anciano-

    - ¿Y qué vamos a hacer? -imploró Omar.

    Por primera vez en su vida el gran visir no tenía respuesta para su joven discípulo. El silencio del gran visir invadió el corazón del joven califa con la fuerza de cien mil huracanes. Ese silencio no era más que el preludio de su desgracia.

    Al volar por encima del palacio lo entendieron todo: el mago Rashid y su hijo habían usurpado el trono del califa y, lo que es peor, todos los antiguos súbditos creían que el joven califa Omar y el gran visir habían muerto.

    Entristecidos y casi sin poder hablar, Omar y el gran visir volaron durante horas por el desierto hasta caer extenuados. Afortunadamente encontraron un oasis que les permitió cobijarse y reponer sus maltrechas fuerzas y su estado de ánimo.

    Al final, recobraron el aliento y empezaron a hablar de cómo salir de tal desgracia. De pronto, cuando inclinaron sus picos para beber del agua del oasis, un hermoso búho con grandes ojos de color miel les dijo:

    - Veo que vosotros también habéis sido víctimas del mago Rashid.

    - ¿Cómo? ¿Tú también...? -le preguntó Omar.

    - Desgraciadamente, sí. Me llamo Aisha y en realidad soy princesa. Rashid me convirtió en búho porque rehusé casarme con su hijo Ismail.

    - ¿Y cómo podemos ayudarte, princesa Aisha? -preguntó Omar.

    - Nunca recobraré mi forma humana, a menos que alguien que haya sufrido la magia de Rashid consiga librarse de su hechizo y prometa casarse conmigo -replicó la princesa.

    - Me encantaría ayudarte, princesa, pero hemos olvidado la palabra mágica que nos permitiría recuperar nuestra forma humana -dijo Omar con tristeza.

    - Os puedo decir que Rashid acude a este lugar con otros hechiceros. Aunque sólo de vez en cuando -informó la desgraciada princesa.

   - Pues disponemos de todo el tiempo del mundo. Le esperaremos -le aseguró Omar.

    Efectivamente, al cabo de unas semanas, el mago Rashid apareció por el oasis acompañado de un extraño grupo de hechiceros y brujos de otras partes del mundo. Parecía que iban a celebrar una importante reunión.

    Omar, el gran visir y la princesa Aisha se escondieron tras las palmeras del oasis.

    - ¿En qué estás pensando? -le susurró Omar a la princesa.

    - Si por algún motivo Rashid pronuncia la palabra mágica, seremos libres -dijo ella.

    - Creo que tenemos que estar muy atentos si queremos oír lo que está diciendo Rashid -advirtió el gran visir.

   En ese preciso momento, Rashid estaba contando su reciente hazaña.

    - Apuesto a que nadie puede adivinar en qué viejo sortilegio me basé para que mi hijo ocupara el trono del califa -dijo, vanagloriándose.

    Y Rashid contó la historia del hechizo y leyó las palabras del pergamino. Al oír RASMUBARÁN, las dos cigüeñas y el búho alzaron el vuelo y se dirigieron raudos y veloces a palacio.

  Una vez llegaron allí, se inclinaron hacia oriente y pronunciaron la palabra mágica en voz alta: RASMUBARÁN. Y Omar y el gran visir recuperaron sus formas humanas. Los dos se abrazaron emocionados.

    Omar se acercó al búho y le dijo:

    - Princesa Aisha, ¿quieres casarte conmigo?

    De repente, un brillante resplandor deslumbró al califa durante unos breves segundos y, acto seguido, apareció ante sus ojos la joven más hermosa que jamás hubiera podido imaginar.

    Así, Omar, Aisha y el gran visir subieron a la torre más alta del palacio y anunciaron a toda la población que el califa había regresado.

    La alegría embargó a nuestros protagonistas de tal modo que apenas oían los vítores y saludos de sus súbditos. Aquel mismo día el propio pueblo se encargó de apresar a Ismail y al mago Rashid, encerrándolos en una oscura mazmorra en la que ya no podrían utilizar más tan nefasta magia.

    Finalmente, Omar y Aisha se casaron muy enamorados y gobernaron siguiendo los sabios consejos del gran visir durante el resto de sus largas y felices vidas.

Fin


No hay comentarios:

Publicar un comentario