EL RUISEÑOR DE LA CHINA

 

 EL RUISEÑOR DE LA CHINA 

    Érase una vez en China una bella princesa llamada Litai Fo. Vivía en el magnífico palacio de su padre, el emperador. El majestuoso edificio estaba rodeado de un inmenso jardín, lleno de árboles exóticos y flores. Serpenteantes riachuelos fluían bajo pintorescos puentes. Los pájaros volaban entre la vegetación, exhibiendo su magnífico plumaje multicolor. Eran todos de una belleza impresionante, pero ninguno de ellos podía cantar. El monarca, que padecía sordera, no permitía que habitaran aves cantoras en sus dominios, pues no podrá soportar que nadie disfrutara de aquella que él no podía apreciar.

    Una tarde, Litai Fo paseaba por los jardines de palacio cuando, de pronto, un canto celestial la envolvió. Se acercó lentamente el árbol de donde provenían los maravillosos trinos, pero no lograba ver qué ser los producía. Finalmente, se percató, con sorpresa, de que un pequeño pájaro grisáceo era el autor de tan bella melodía. Le parecía imposible que un animal tan poco atractivo pudiese producir tan bellos sonidos.

    -¡Qué bien cantas! -exclamó Litai Fo.

    - Sólo soy un humilde ruiseñor, alteza -le respondió el pájaro.

    - Pues a mí me pareces genial. Me gustaría que vinieras a verme cada día y cantaras para mí un rato, pero procura que nadie más te vea: mi padre tiene prohibido que se acerquen a palacio pájaros cantores... Él es sordo... ¿sabes?... y se enfadaría mucho si te viera por aquí -explicó la princesa.

    Sin que nadie lo supiera, el ruiseñor no faltaba jamás a su cita con la princesa para cantarle las más dulces melodías. Así fue como se inició una sólida amistad.

    Pero un día muy frío de invierno, la nieve cubrió el jardín y el ruiseñor no acudió. La princesa esperaba muy preocupada la llegada del pequeño pájaro y empezó a pensar que algo le habría ocurrido. Pero, por fin, el ruiseñor apareció, tiritando de frío. No podía cantar. Litai Fo lo envolvió con sus manos para calentarlo y se lo llevó a su habitación.

    Con los cuidados y el cariño de la princesa, el ruiseñor se recuperó y se puso a cantar, llenando el silencioso ambiente de palacio con su mágico trino. Todos sus habitantes dejaron de trabajar embelesados por aquel canto maravilloso y desconocido.

    El emperador, extrañado al ver la actitud de todos sus sirvientes, fue a ver a su hija por si ella podía darle alguna explicación. Litai Fo estaba tan entusiasmada escuchando el canto del ruiseñor que no oyó a su padre entrar en su habitación.

    - ¿Qué es lo que veo? -gritó muy enfadado el emperador.

    - Padre, lo siento -dijo Litai Fo llorando-, te he desobedecido, pero su canto es tan bello que me hace muy feliz.

    - ¡Un pájaro cantor! -dijo su padre, que había comprendido a su hija por el movimiento de sus labios-. ¡Que se marche inmediatamente de aquí y que no regrese jamás! -gritó con voz todavía más enfurecida.

    Y los criados cumplieron sus órdenes, expulsando al pájaro del palacio.

    A partir de aquel día, la habitual alegría de la princesa se vio ensombrecida por una melancolía que se iba adueñando de ella más y más. Dejó de pasear por el jardín y rehusó hablar con nadie. Hasta que un día dejó de comer y acabó enfermando. El emperador, desesperado, mandó traer a palacio los más originales y valiosos regalos que se pueden encontrar en China, pero todo fue en vano. Su hija no quería ni verlos, había empeorado y ya no se levantaba de la cama.

    - Quiero volver a oír el canto del ruiseñor -repetía débilmente una y otra vez la princesa.

    Pero el emperador se enfurecía cada vez que se acordaba del pájaro cantor y se negaba rotundamente a que volviera a palacio.

    Finalmente, el emperador, preocupado por la salud de su hija, mandó llamar a un famoso médico.

    - Vuestra hija está muy, Majestad, me temo que no puedo hacer nada por ella. Pero tal vez yo podría curar vuestra sordera.

    - Quizá si mi hija supiera que por fin puedo oír, se recuperaría de su enfermedad -dijo el emperador.

    - Es muy posible, Majestad -añadió el distinguido médico.

  - Y... ¿qué necesitas, doctor, para sanarme? -preguntó el emperador.

   - Necesito el corazón caliente y palpitante de un ruiseñor -contestó el médico.

    - ¡Que busquen enseguida un ruiseñor! -ordenó el emperador.

   Sus sirvientes recorrieron todo el imperio en busca de un ruiseñor. Fueron pueblo por pueblo, preguntando a sus habitantes si habían visto un ruiseñor.

    - Se dice que todos los ruiseñores han dejado esta tierra. Han emigrado al conocer lo que pasó con el de la princesa -contestaban las gentes.

    Los días pasaban y las esperanzas de curar al emperador y a la princesa se desvanecían. Pero la noticia se propagó de tal forma que llegó a oídos del pequeño ruiseñor, que emprendió enseguida un largo vuelo hasta palacio. Se entregó a los guardias de palacio, que lo llevaron directamente al emperador.

    - Podéis utilizar mi corazón si con él lográis curar al emperador -dijo el pobre ruiseñor al doctor-, pues estoy seguro de que Litai Fo se restablecerá en el momento en que sepa que su padre puede oír. Pronto otros ruiseñores podrán venir para deleitar a los dos.

    El emperador, al ver el comportamiento del pequeño pájaro, se conmovió y exclamó:

    - ¡Eres el ser más extraordinario que jamás he visto! Tu bondad no tiene límites. ¡No serás sacrificado, pequeño pájaro cantor! ¡Llevadlo en presencia de la princesa! -ordenó el emperador.

    Y tan pronto como el pájaro empezó a cantar al lado de Litai Fo, ésta abrió los ojos y al ver a su querido ruiseñor, se adivinó en su rostro una esperanzadora sonrisa. Al cabo de unos instantes, se levantó de la cama sintiéndose completamente restablecida y corrió hacia su padre.

    Ambos se abrazaron emocionados.

    - ¡Gracias, padre! Es el único regalo que necesitaba -dijo la princesa.

    Desde aquél día, el ruiseñor vivió en palacio amenizando a todos sus habitantes con sus cantos. Incluso al emperador, ya no le importaba no poder oírlos, porque comprendió que sólo podía ser feliz si los que le rodeaban eran felices también.

Fin


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