LA DAMA Y EL LEÓN

 

 LA DAMA Y EL LEÓN 

    Muchos años atrás, en un país africano, vivía un rey que tenía tres hermosas hijas, a las que le gustaba complacer en todo.

    Cada año, al llegar la época de caza, el rey y sus guerreros se preparaban para una larga ausencia que, a veces, duraba varios meses. Sus trofeos de caza constituían el sustento de su pueblo y eran recibidos con júbilo.

    En una ocasión, antes de emprender viaje, preguntó a sus hijas: 

    - ¿Qué regalo os gustaría que os trajese a mi regreso?

    Después de meditar un rato, la hija mayor le dijo:

    - Yo... un diamante, padre.

    - Preciosas telas de seda para hacerme un hermoso vestido -añadió a continuación la hija mediana.

    - Yo -le contestó la más pequeña- deseo que me traigas simplemente una rosa roja.

  Y así, durante su largo desplazamiento por la inmensidad de las bellas tierras africanas, el rey compró el diamante más puro que pudo encontrar para su hija mayor y las más delicadas telas de fina seda para la segunda. Pero por más que buscó, no halló ninguna rosa roja para su hija más joven. En África, esta flor es una rareza.

    De regreso a sus dominios, el rey y su séquito pasaron cerca de un magnífico palacio rodeado por un frondoso jardín lleno de rosas de todos los colores y tamaños. El rey, lleno de alegría al comprobar que al fin podía satisfacer el deseo de su hija menor, ordenó a uno de sus guerreros:

   - Escoge la rosa roja más bella de este jardín y tráemela.

    Cuando su fiel ayudante se disponía a cumplir sus órdenes, un fiero león salió de la espesura y le impidió el paso.

    - ¿Quién se atreve a tocar una sola de mis rosas? -rugió con fiereza el león.

    El rey salió al encuentro del león y le dijo:

    - Temido rey de la selva, tengo un grave problema que tú puedes ayudarme a solucionar... Yo también soy rey y debo volver a mi corte con una rosa roja, pues así se lo prometí a mi hija menor y yo siempre cumplo mis promesas. Pídeme lo que desees a cambio de esa rosa roja.

    - De acuerdo -le contestó el león tras meditar unos instantes-, pero a cambio deberás entregarme a la primera persona que veas al llegar a tu casa.

    El rey aceptó la condición del león, convencido de que uno de sus criados sería el primero en recibirle. Parió satisfecho viendo cumplido el deseo de la tercera de sus hijas.

    Ya a las puertas de palacio, su corazón se estremeció de angustia al comprobar que la primera persona que corría a recibirle era, precisamente, la más pequeña de sus hijas.

    - ¡Oh padre!, me has traído la flor que siempre he deseado tener -dijo su hija mientras le abrazaba.

    - Sí, hija mía -le contestó su padre con profunda tristeza-, pero debo pagar por ella un alto precio. Y a continuación le contó el pacto al que había llegado con el león.

    Pero su hija no se alarmó y le dijo a su padre:

    - No te preocupes, iré a ver al león y le convenceré para que me permita regresar.

    Al amanecer, emprendió la marcha acompañada por dos criados y ya entrada la noche llegó al palacio del león. Su sorpresa fue extraordinaria al encontrarse con un apuesto príncipe.

    - ¿Dónde está la fiera? -preguntó ella. 

  - Soy yo a quien andas buscando -le contestó el príncipe-, pero sólo de noche recobro mi verdadero aspecto humano, pues me hallo bajo el terrible hechizo de un poderoso brujo enemigo.

    La joven se compadeció de la desgracia del príncipe y decidió hacerle compañía en su palacio. Al poco tiempo se enamoraron y decidieron casarse. Una mañana, tiempo después llegó un mensajero de su padre el rey.

    - Estoy aquí, princesa, por mandato de vuestro padre, que quiere haceros saber que vuestra hermana mayor se casa y os ruega que no faltéis a la boda.

    - ¡Oh!, qué alegría -exclamó la princesa alborozada. Pero el rostro del príncipe se ensombreció:

    - Amada mía, yo no puedo acompañarte a la boda -dijo apesadumbrado-, pues no sabes la segunda parte del maleficio. Si un solo rayo de sol incide en mi cara mientras conservo mi forma humana, me convertiré en paloma y tendré que volar por el mundo durante siete años.

    - Tomaremos precauciones -argumentó la princesa. No podía soportar la idea de ir a la boda sin él.

    Tanto insistió, que finalmente le convenció. Decidieron viajar de noche para evitar los rayos del sol. Una vez en palacio le explicaron su precaria situación al rey.

    - No temáis -les contestó con calma-. Haré tapiar las ventanas de vuestra habitación. Ni un solo rayo de sol entrará.

    Pero, al amanecer, un diminuto rayo de luz se coló por una pequeña grieta y dio de lleno en el rostro del príncipe. En aquel preciso instante se convirtió en una paloma blanca.

    - Amada mía. Ahora debo volar durante siete años -le dijo a su joven esposa-. Pero de vez en cuando dejaré caer una de mis plumas blancas, así sabrás dónde estoy. Si sigues mi camino, quizá algún día puedas librarme del hechizo que me condena.

    Y con estas palabras emprendió el vuelo.

    Siguiendo fielmente sus instrucciones, la princesa fue recogiendo las plumas blancas que su amado iba dejando caer. Pero un día dejó de encontrarlas y la joven empezó a preocuparse.

    Alzando sus ojos al Sol imploró:

   - Tú, que brillas majestuoso sobre la Tierra. ¿Quizá hayas visto una paloma blanca volando por los cielos?

    - No la he visto -respondió el Sol-, pero toma esta caja mágica y ábrela cuando la necesites, ella te ayudará.

    Al caer la noche la joven princesa enamorada hizo la misma pregunta a la Luna, que brillaba grande y redonda en el cielo.

    - No la he visto -le contestó también ésta-, pero te doy este huevo mágico que te protegerá cuando lo abras.

    Infatigable, siguió preguntando, esta vez a los vientos y finalmente el viento cálido del Sur le dijo:

    - Sí, he visto una paloma blanca volando sobre el lago Victoria. Se transformó después en león y éste fue atacado por otro. Debes darte prisa y rescatarle de inmediato con ayuda de la caja que te regaló el Sol y el huevo que te entregó la Luna...

    La princesa corrió con todas sus fuerzas. Sin aliento, llegó a orillas del lago, donde seguían luchando los dos leones. La desesperada joven abrió la caja y gritó:

    - Que mi amado venza al león y recupere su forma humana para siempre.

    Inmediatamente una extraordinaria fuerza invadió al príncipe, que venció con facilidad a su oponente. El deseo de su esposa había sido concedido y el príncipe recobró su forma humana. Pero el otro león, que yacía en el suelo, también recobró su forma humana. Era el brujo cruel. Rápidamente se apoderó de la mente del príncipe impidiendo que éste reconociera a su esposa.

    La princesa rompió el huevo que la Luna le había entregado y formuló un nuevo deseo:

    - Que el brujo desaparezca de la faz de la Tierra y mi esposo recobre la memoria.

    Y así sucedió.

    Sin brujo y sin hechizo, ambos jóvenes pudieron iniciar una vida feliz, como cualquier pareja enamorada, y fueron muy dichosos el resto de sus vidas.

Fin


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