EL GRANJERO, EL ENANO Y EL GIGANTE

 

EL GRANJERO, EL ENANO Y EL GIGANTE

    Erase una vez un granjero sueco tan avaro, tan avaro, que nadie quería trabajar para él. Al fin no tuvo más remedio que poner un anuncio solicitando los servicios de un enano para recoger su cosecha.

    Sólo se presentó un enano para el puesto, un hombrecillo de no más de un metro de alto, viejísimo y lleno de arrugas. Su larga barba blanca le llegaba al suelo.

    - Aunque no lo parezca, trabajo muy rápido -dijo el enano-. Si me pagas bien, cortaré tu trigo en una sola noche.

  -Estás contratado -contestó el granjero, felicitándose por su suerte-. Mañana, a las ocho en punto de la mañana, habrá dos sacos de oro a tu disposición.

    Antes de ponerse a trabajar, el enano cantó una canción:

"Segaré y cogeré la cosecha,
mientras duerme el granjero.
Mañana cobraré mi paga
y luego seguiré el sendero."

    El enano se pasó toda la noche trabajando, y a las siete de la mañana el trigo estaba apilado en el granero.

    - Se acabó -dijo el enano, y las ocho en punto fue a llamar a la puerta del granjero.

    Llamó una, dos y hasta tres veces, pero no obtuvo respuesta. En vista de ello, se puso a dar voces a través del buzón y arrojó piedras contra los postigos. Por fin, el granjero asomó la cabeza por una ventana y gritó:

    - ¿A qué viene tanto escándalo?

    - Quiero mi paga.

    - Ahora mismo no puedo dártela. Vuelve el año que viene por estas fechas y veremos qué puedo hacer. -Y con esto cerró la ventana de golpe.

    El desdichado enano, furioso por haber sido engañado por el granjero, se encaminó a una cercana colina para tramar su venganza. La colina tenía una forma muy curiosa, y cuando el enano llegó a la cima se dio cuenta de que estaba pisando una inmensa narizota.

    - ¡Madre mía! ¡Si no es una colina, es un gigante! ¡Y le estoy poniendo perdido con el polvo de mis zapatos!

    - No me importa -dijo el gigante-. Aquí arriba me siento muy solo y me gusta charlar de vez en cuando con alguien.

    El enano contó entonces al gigante sus desventuras, y éste exclamó indignado.

    - ¡No hay derecho a engañar a un pobre enano como tú! Iremos juntos a ver al granjero. Seguro que no se negará a darte tu paga cuando vea que tienes un hermano tan grandote como yo.

    Llamaron a la puerta de la granja y el hombre, que estaba cenando, gruñó:

    - ¿Quién anda ahí?

    El enano gritó por el buzón:

    - Quiero mi paga. Ve en seguida por el dinero y te recomiendo que no me hagas esperar, pues trae mala suerte engañar a un enano.

    - Largo de aquí. No te pagaré.

    Cuando el granjero miró por la ventana, vio al gigante junto a la puerta armado con una estaca.

    - Si no le pagas, te quedarás sin tu heno.

    Y de un bufido el gigante hizo volar por los aires las pilas de heno, que fueron a parar al estanque. Luego se apoyó sobre el tejado hasta que éste empezó a crujir y dijo con tono amenazador:

    - Si no pagas, destrozaré tu chimenea.

    Pero el granjero, aunque estaba muerto de miedo, se resistía a pagar, de modo que el gigante levantó el tejado y miró dentro.

    El granjero se hallaba sentado en el suelo de la cocina abrazado a sus sacos de oro. Con mano temblorosa, levantó uno y preguntó:

    - ¿Te basta con éste?

    - No -contestó el enano.

    - ¿Dos sacos?

    - Bueno. -Y el enano tomó su paga.

    - Y uno para mí -dijo el gigante, guardándose el otro saco en el bolsillo.

    El enano se subió entonces a hombros del gigante y ambos echaron a caminar cantando en son de triunfo:

"Cuando los enanos y los gigantes se unen,
siempre consiguen lo que quieren.
Con estos sacos dorados,
nos tenemos por bien pagados."

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