LOS TRES HIJOS DEL ZAR

 

 LOS TRES HIJOS DEL ZAR 

    Hace muchos, muchos años, en Rusia vivía un zar justo y valiente que tenía que decidir quién de sus tres hijos heredaría su trono. Por este motivo, un día los reunió a los tres y les dijo solemnemente:

    - ¡Escuchadme, hijos míos! Tengo muchos años; a decir verdad, estoy muy cansado. Ha llegado el momento de nombrar a mi sucesor. Ya que no podéis compartir el trono, he ideado la forma de resolver el dilema. Tensad bien vuestro arco, y dejad que vuestras flechas vuelen. Id a ver dónde se han clavado. Debéis casaros con aquella doncella que más cerca se encuentre de vuestra flecha. Mi sucesor será aquel cuy esposa demuestre merecer ser la esposa de un zar.

    Así, los tres príncipes se dispusieron a cumplir las órdenes de su padre. Al amanecer del día siguiente, prepararon sus arcos en un claro del bosque próximo al palacio. El primero de los tres en disparar el arma fue Igor, el primogénito: lo hizo con tal fuerza que su flecha cayó en el interior de un bellísimo jardín, donde se hallaba recogiendo flores una hermosa doncella llamada Irina. Irina era hija de un barón amigo del zar. Esto, ciertamente, podía ayudar a Igor, que exclamó orgullosamente:

    - ¡Vaya!, soy muy afortunado. Si esta bella dama accede a casarse conmigo, sin duda me sentaré en el trono.

    El segundo príncipe en probar su suerte fue Vassili, el mediano. Sus fuertes brazos le permitieron lanzar su flecha lejos, muy lejos, hasta que se clavó en un árbol, cuya sombra cobijaba a Milena, la hija de un rico comerciante de telas. Milena era una joven doncella, culta y educada, por lo que Vassili se sintió muy satisfecho de su fortuna:

    - Cuando mi padre la conozca, seguro que decidirá nombrarme zar -pensó.

    Entonces le llegó el turno al más joven, Iván. El príncipe lanzó su flecha con tanta decisión y valentía, que se perdió de vista. Por más que buscaban no daban con ella. Pasaron varias horas hasta que, el príncipe Iván se encontró a una preciosa gata que jugaba con su flecha entre tus patas.

    Como no vio a ninguna doncella cerca del lugar donde se hallaba la flecha, el joven príncipe intentó recuperarla, pero entonces la gata le habló, mirándole fijamente con sus enormes ojos brillantes:

    - Te devolveré tu flecha si te casas conmigo -le dijo.

    Iván, atónito por lo que acababa de presenciar, corrió asustado a palacio y explicó a su padre lo ocurrido:

    - Oh, padre, ¿qué debo hacer? -preguntó.

   - No debes ir en contra del destino, hijo mío. Debes casarte con esa gata -le contestó el zar.

    Y así, poco tiempo después se celebraron las tres bodas. El zar dio una gran fiesta para ensalzar el evento. Nobles de toda Rusia fueron invitados a participar en el acontecimiento más importante del año.

  Las novias de los príncipes Igor y Vassili aparecieron radiantes de belleza. Ambas estaban seguras de superar a sus rivales. Iván, resignado con la suerte que le había deparado el destino, sostenía la gata entre sus brazos.

    Los numerosos e importantes invitados a la boda se miraban sorprendidos y comentaban:

    - ¿Has visto eso? ¡Lleva una gata como esposa! -murmuró un invitado.

   - ¿Una gata por esposa? ¡Está loco! ¡Cómo es posible! -dijo con asombro otro invitado.

    - ¿Qué será de él? ¡Pobre príncipe Iván! -lamentó otro.

    Una semana después de la boda, el zar reunió de nuevo a sus tres hijos y explicó en qué consistía la primera prueba a la que debían someterse las nuevas esposas:

    - Deseo comprobar cuál de vuestras esposas es la que mejor cose. Al alba, debéis traerme una camisa bordada por ellas.

    Los príncipes regresaron raudos a sus palacios para explicar a sus esposas el mensaje del zar. Pero Iván llegó a su hogar muy triste y afligido.

  - ¿Qué te ocurre? -le preguntó la gata afectuosamente.

    - Mi padre, el zar, desea para mañana una camisa bordada especialmente para él -sollozó el príncipe.

    - No te inquietes. Vete a dormir y mañana al amanecer tendrás una hermosa camisa bordada tal como la desea el zar.

    Aquella noche, el príncipe intentó dormir, pero permaneció despierto pensando en su terrible destino. Con el primer rayo de sol, se levantó para pasear. Ante él se encontró una fina camisa perfectamente bordada.

    Cuando la llevó a palacio, nadie podía creerlo: la camisa que había bordado la gata de Iván era, sin duda, la mejor de las tres.

    - ¡Fantástica! -exclamó el zar-. Es la mejor camisa. El bordado es magnífico. Ahora deseo probar las dotes culinarias de vuestras respectivas mujeres. Mañana me traeréis cada uno un postre hecho por vuestra esposa. Mi paladar será el juez de sus talentos culinarios.

  De nuevo, el príncipe Iván se entristeció profundamente:

    - No creo que mi suerte continúe -pensó.

    Pero la gata le consoló:

    - No te preocupes, amor mío. Verás qué exquisitez prepararé para tu padre. El zar se va a chupar los dedos.

    Y así fue. Efectivamente, el zar se chupó los dedos:

    - ¡Ummm! ¡Esto es exquisito! -dijo disfrutando del delicioso postre.

    Sin embargo, los hermanos del príncipe no estaban tan encantados y protestaron enérgicamente.

    - Padre, ¡esto es un engaño! -exclamó Igor.

    - ¡Debe ayudarle alguien! ¡Nos está engañando! -protestó Vassili.

   - ¡Esperad un momento! -dijo el zar con voz firme-. Hijos míos, ya está bien. Sé cómo legar al fondo del tema. La tercera y definitiva prueba la harán vuestras esposas en mi presencia. Esta noche se celebrará un banquete en vuestro honor. Veremos cuál de las tres es la que mejor se comporta en la mesa. ¡He dicho!

    Iván pensó que sus posibilidades de ganar a sus rivales se habían desvanecido. Nunca se convertiría en zar. ¿Cómo iba un gato a mantener las formas apropiadas en una mesa? De todas maneras ya no le importaba, pues iba gustándole vivir en compañía de su gata.

    Aquella noche, antes de comenzar el banquete, la gata le dijo a su príncipe que acudiera a la cena solo y que no se preocupara lo más mínimo:

    - Confía en mí -ronroneó-. Yo iré más tarde y no te avergonzarás de mi presencia.

    El príncipe Iván acudió a la cena solo y se sentó en la mesa junto a la silla vacía de su esposa.

    Cuando estaba a punto de iniciarse la cena, la puerta del salón se abrió y entró una doncella bellísima y elegante que provocó el asombro y las miradas de todos los invitados:

    - ¿Has visto a esa doncella? ¡Qué bella es! -comentó uno de los invitados.

    - ¿Cómo es posible que no la hayan sentado a mi lado? -preguntó un noble.

    - ¡Se puede sentar a mi lado! -dijo otro.

    La doncella se dirigió al zar y dijo:

   - Excelencia, soy la princesa Nadia, esposa de vuestro hijo, el príncipe Iván. Él ha logrado romper el encantamiento que me convirtió en gata, pues solamente un príncipe de buen corazón podría amarme sin conocer mi auténtico aspecto físico y confiar en mis palabras ciegamente. Ruego que me aceptéis y dejéis sentarme a la mesa junto a mi amado esposo.

    - ¡Por todos los diablos rusos! ¡Claro que sí! Por favor, siéntate y que empiece la celebración -declaró el zar.

    Y naturalmente, Nadia fue la que demostró los mejores y más finos modales durante el banquete. Iván, el joven príncipe, se sentía más afortunado del mundo:

    - Te quiero, Nadia -le confesó a su refinada esposa.

    - Yo también te quiero, mi bello príncipe -replicó ella.

    - Di más bien tu bello... ZAR, hija mía -dijo el padre de Iván.

    - ¡Gracias, padre! -dijo Iván.

   - Puedes agradecérselo a tu preciosa esposa -replicó el zar y entonces declaró:

   - Escuchadme, familia, aunque Iván y Nadia tendrán la responsabilidad de gobernar nuestro reino, os felicito públicamente, pues habéis conseguido las tres esposas más bellas y bondadosas de ¡todo el mundo!

    Acto seguido, el zar empezó a reír y añadió:

    - ¡Que empiece la música y el baile!

    Y así, entre risas y besos, concluyeron el magnífico banquete. Las tres parejas vivieron felices sin envidias ni rencores y reinaron y administraron el Imperio de tal manera que se convirtió en el más importante de su tiempo.

Fin



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