HANSEL Y GRETEL. VERSIÓN CORTA

 

HANSEL Y GRETEL. VERSIÓN CORTA.

    En los bosques de Baviera, vivía hace años un leñador con sus dos hijos, Hansel y Gretel, y su segunda esposa. A pesar de que el hombre trabajaba muchísimo, eran muy pobres y casi no tenían para comer. La situación llegó a ser tan grave que una noche la madrastra le sugirió abandonar a sus dos hijos, con la esperanza de que alguna buena familia los recogiera y pudiera mantenerlos mejor que ellos.

    - No tenemos otra solución -decía la mujer mientras al leñador le caían las lágrimas -, serán felices con otra familia y nosotros tendremos también doble comida.

    Pero Hansel oyó la conversación. Bajó al jardín, se llenó los bolsillos de piedras blancas y volvió a su cama sin que nadie se diera cuenta.

    Al día siguiente, toda la familia se adentró en el bosque. Hansel iba un poco más retrasado y, de vez en cuando, dejaba caer las piedras blancas por el camino. Cuando llegaron al centro del bosque, el leñador dijo a los niños:

    - Quedaos aquí y recoged todas las ramas secas que encontréis. Volveremos a buscaros antes de que anochezca.

    Los niños estuvieron trabajando todo el día. Al caer la noche, viendo que su padre no venía a buscarlos, emprendieron el camino de vuelta a casa solos guiados por el destello de las piedras blancas.

    Cuando llegaron a casa, el padre se alegró de volver a ver a sus hijos. La madrastra, en cambio, se enfadó muchísimo y, aunque no sabía exactamente cómo habían conseguido regresar, decidió cerrar la puerta con llave. A continuación, convenció a su esposo para volver a intentarlo al día siguiente. Hansel oyó la conversación una vez más, pero en esta ocasión no pudo salir de casa a buscar piedras.

    - No te preocupes -le dijo a su hermana, que estaba llorando-, tengo otra idea.

    Y a la mañana siguiente partieron todos de nuevo hacia el bosque. Esta vez, Hansel fue tirando migas de pan por el camino. Pero ¡ay! ¡cuál fue su desilusión cuando, al llegar la noche, vieron que las habían comido los pájaros...!

    Pasaron la noche bajo un árbol, temblando de miedo. Al salir el sol intentaron volver a casa. Pero se confundieron y llegaron a un valle desconocido.

    - Creo que nos hemos perdido -dijo Hansel.

    - ¡Mira, Hansel, allí hay una casa! -exclamó Gretel.

    Corrieron hacia la casa con la esperanza de que alguien les pudiera ayudar.

    Cuando llegaron a la casa, Hansel y Gretel quedaron maravillados al ver que las paredes estaban hechas de mazapán, las ventanas de azúcar y el techo y la puerta de chocolate. Como llevaban más de un día sin comer, no pudieron resistir la tentación y tomaron un poco de mazapán y un trozo de azúcar de una ventana.

    - ¿Quién se atreve a comerse mi casa? -gritó una voz desde el interior.

    Entonces se abrió la puerta y apareció una vieja tan horrible que los niños se llevaron un susto tremendo. La bruja les dijo que se quedaran a dormir y que al día siguiente les indicaría el camino hacia su casa. Pero antes de que se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo, los encerró en una jaula.

    - Os quedaréis aquí hasta que hayáis engordado lo suficiente para que pueda comeros. Empezaré por ti, jovencito, y tú, niña, me ayudarás a cocinar para tu hermano -dijo la malvada bruja.

    Durante varios días la vieja obligó a Gretel a cocinar y a Hansel a comer, y cada noche, antes de acostarse, comprobaba si Hansel había engordado.

    - ¡Enséñame el dedo! -ordenaba la bruja a Hansel.

    Pero el niño se había guardado un hueso de pollo el primer día y cada noche lo pasaba entre las rejas de la jaula como si fuera su dedo.

    - ¿Cómo es posible? -decía la bruja enfadada-. No paras de comer y sigues tan delgado como al principio.

    Pasó un mes y la bruja se cansó de esperar a que Hansel engordara. Así pues, una mañana se levantó dispuesta a comerse a los niños.

    - Prepara el horno -le dijo a Gretel-. Hoy voy a comerme a tu hermano. Gretel, asustada, pensó rápidamente un plan.

    - Creo que ya está listo el horno, pero no alcanzo a verlo -le explicó Gretel.

    - ¡Bah! -se enfadó la bruja-. Basta con coger un taburete y subirse a él.

    Y tal como iba hablando, lo iba haciendo. Se asomó dentro del horno y Gretel, sin pensárselo dos veces, con una pala tiró el taburete, lo que hizo caer a la bruja dentro del horno. Gretel cerró la puerta de inmediato y alcanzó la llave que le había caído a la bruja.

    Gretel corrió hacia su hermano y le explicó lo que había sucedido. Abrió la jaula con la gruesa llave y liberó a Hansel. Antes de partir, éste buscó en un rincón del granero, donde había visto hurgar a la vieja y encontró un cofre lleno de joyas. Los niños llenaron sus bolsillos y se marcharon hacia su casa.

    Cuando el leñador vio llegar a sus dos pequeños, salió corriendo de la casa y los estrechó entre sus brazos. Justo al día siguiente de abandonarlos en el bosque, se había arrepentido de ello. Salió en su busca, pero no consiguió encontrarlos. A los pocos días, la madrastra enfermó y murió.

    A partir de aquel momento, el leñador y sus dos hijos vivieron felices gracias al dinero que obtuvieron por las joyas de la bruja y, sobre todo, gracias a que nunca jamás volvieron a separarse.


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