En anteriores publicaciones os he hablado sobre la importancia del descanso y el sueño en los niños y niñas, pero realmente es el adulto quien debe intervenir para que se produzca de manera natural, es decir, dormir es un hábito que hay que aprender, por lo que es muy importante que el adulto sepa enseñar y guiar al menor para que éste concilie el sueño de forma natural.
Es el adulto quien debe garantizar que los ritmos naturales de alimentación, higiene y sueño, se cohesionen con los de la vida sociocultural impuesta. Los adultos son quienes han de ayudar a que el niño o niña encuentre la postura o el estado en el que le sea posible relajarse o dormir, y deben transmitirle seguridad para que pueda descansar con tranquilidad, para ello será necesario una serie de requisitos.
Afectividad y sueño.
Sabemos que dormir es una necesidad bastante compleja por los cambios biológicos, pero también está influenciado por la afectividad. Un niño o niña necesita del afecto para poder abandonarse al sueño, teniendo la seguridad de que cuando despierten pero sobre todo mientras se duermen, el adulto seguirá estando presente velando por él.
En algunas culturas no occidentales, los bebés duermen junto a la madre hasta que se produce el destete, después cerca de otro adulto familiar y por último con hermanos o incluso primos. Así pues, la cercanía física le ayudaba al pequeño a tranquilizarse y dormir mejor, favoreciendo la transición entre vigilia y sueño. En cambio, en las sociedades occidentales, el hecho de irse a dormir es una experiencia de separación constante para niños y niñas, para poder superarla se recurre a diversos rituales tales como contar un cuento, cantar una canción o nana, usar un objeto de transición como por ejemplo una manta, un muñeco blando, entre otros.
En definitiva, el acto de dormir en los pequeños está vinculado al apego. La finalidad de las conductas de apego es la de acercar a la madre u otros adultos de referencia hacia el menor, pero éste es metido en la cama, comienzan los miedos por separación con la figura adulta, pues el pequeño no quiere quitarle ojo a su entorno, entra en juego la paciencia y los hábitos de la familia, lo cual dificulta el momento de ir a dormir mezclándose con los momentos placenteros, es así como las necesidades cambiantes deben encontrar un equilibrio con las necesidades de descanso de los adultos.
Estímulos externos.
Los estímulos externos necesarios para que el reloj biológico de los menores se ajusten al ritmo de las 24 horas son los siguientes:
- Luz-oscuridad. Durante el día suele entrar algo de claridad todo lo contrario a la noche en la que predomina la oscuridad, facilitando a los pequeños que puedan diferenciar entre vigilia y sueño.
- Ruido-silencio. Similar a la luz ocurre con los ruidos, durante el día hay mayor cantidad de ruidos sin embargo, en la noche se escuchan menos ruidos debido a la reducción de la actividad, pudiendo ser fácil identificar los periodos de vigilia.
- Horarios de comidas. Para establecer un hábito es necesario crear rutinas que se repitan a diario, y entre ellas es el horario de comidas, por lo que es muy importante que los horarios que se establezcan sean muy estrictos pues de ello dependerá el hábito de higiene y de descanso.
- Hábitos de sueño. Para adquirir este hábito será necesario que la familia transmita seguridad, tranquilidad, actitud positiva, conducta repetitiva. El uso de objetos externos que se asocien con la acción de dormir. Y por último y lo más importante es la cuna, se debe evitar dormirle en una hamaca o sofá.
Referencia.
Palomar, M., Muñoz, L., Nus, P., y Arteaga, L. (2008). Autonomía personal y salud infantil. CFGS Educación Infantil. Servicios socioculturales y a la comunidad. Editorial Altamar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario