CUENTO INFANTIL. EL JOYERO Y LA CARROZA DE ORO


    Este cuento me lo contaba mi abuela cuando yo era pequeña, era uno de mis favoritos pues no importaba si tuvieras título de nobleza, si tuvieras más o menos dinero, o incluso el color de la piel. Lo importante es la inteligencia y lo que verdaderamente quieres en la vida, pues es en lo que debes luchar. No sé quién fue el autor de este cuento, pues, ni mucho menos si era así tal cual o si con el paso del tiempo, al transmitirse de forma oral de generación en generación se vio alterado en algún momento. Por ello, quiero compartirlo con los demás para que no se pierda ni se vea transformado, cambiando así la moraleja del cuento. Espero que os guste tanto como a mí.


EL JOYERO Y LA CARROZA DE ORO

    Hace años, en un reino muy lejano, vivía un joven joyero que vendía las mejores joyas en un pequeño puesto en el mercado. La princesa que lo sabía, visitaba el puesto todos los días y le compraba joyas.

    Un día una anciana amiga del joyero le dijo:

- Joven, ¿por qué no le declaras tu amor a la princesa? He visto cómo te mira y sé que siente lo mismo por ti. 

 

- ¡Pero señora! ¿es que no me ha visto? - replicó- Soy un plebeyo y además soy negro. Jamás aceptaría el rey que me casase con su hija.

    Pasaron varios días de aquella conversación hasta que la anciana le preguntó al joven.

- ¿Qué te ocurre?  Te veo muy triste para ser el mejor joyero del reino. ¡Anímate hombre!

- ¿Qué me ocurre? Pues que la princesa hace días que no viene al mercado. El rey se ha enterado que su hija está enamorada de un plebeyo, así que ha decidido encerrarla en palacio hasta que alguien supere las pruebas que ha puesto el rey. Quien consiga llegar a los aposentos de la princesa, se casará con ella.

- ¡Pero eso es magnífico! -Contestó la anciana. 

- No es cierto - respondió cada vez más triste. - Son tres pruebas las que hay que superar: la primera es entrar por la puerta principal del castillo, allí no dejan pasar a plebeyos como yo, sólo a nobles y caballeros. En la segunda prueba se deben batir en duelo, y yo ni sé luchar ni me gusta. Por último, quien gane deberá superar la tercera y más difícil prueba, subir hasta la torre más alta que es donde está la princesa encerrada sin que te detengan los guardias reales que hay apostados en el camino.

- ¿Y quien llegue se casará con la princesa, sea quien sea? - preguntó entusiasmada la anciana.

- Sí, pero... ¿acaso no me has escuchado?

- ¡No te preocupes! Sólo tienes que hacer lo que yo te diga y confiar que todo irá bien. 

    Siguiendo las instrucciones de la anciana, el joven joyero se dedicó a elaborar una maravillosa carroza de oro con joyas y perlas incrustadas. Tenía unas grandes ruedas de oro, era preciosa. Cuando terminó se metió dentro de la carroza y la anciana se encargó de llevar la carroza hasta la puerta principal del castillo. 

- ¡Alto! No puede pasar. -  gritó un soldado.

- Vengo a traer un regalo de bodas para la princesa. - dijo la anciana. 

    El rey que estaba junto al soldado, escogiendo quien entraba y quien no, dijo.

- Está bien, puede pasar, es un regalo muy bonito, seguro que a mi hija le gusta. 

    Una vez superada la primera prueba, el joven joyero que estaba dentro consiguió respirar algo más tranquilo. Aunque empezó a escuchar sonidos de espadas lo que hizo que estuviera de nuevo nervioso. El ruido provenía de los caballeros y nobles que se estaban batiendo en duelo en un patio enorme. Dos soldados se acercaron a la anciana y le dijeron:

- ¡Alto! No puede pasar.

- Vengo a traer un regalo de bodas para la princesa. - Contestó la anciana. 

- Está bien, pase. La escoltaremos mientras cruza el patio para que no le pase nada.

    Al llegar a la torre más alta, los dos soldados se fueron pero había muchos más soldados a lo largo de toda la escalera.

- ¡Alto! No puede pasar.

- Vengo a traer un regalo de bodas para la princesa. - Contestó la anciana. 

- Está bien, pase.

- Pero yo no puedo subir la carroza por las escaleras, soy una anciana y la carroza pesa mucho porque es de oro puro.

- Está bien, señora, nosotros la subiremos.

    Así fue como entre todos los soldados subieron la carroza hasta los aposentos de la princesa. Cuando ella la vio, se quedó sorprendida, preguntó a los guardias quién mandó el regalo, aunque ella en el fondo sabía quién la había realizado. El joven joyero, cuando escuchó la voz de la princesa y a los guardias irse, salió de la carroza. La princesa se alegró tanto de ver quién había conseguido superar todas las pruebas, que rápidamente se casaron y fueron muy felices. 

    FIN    

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